sábado, 12 de junio de 2010

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“Vineland”, Thomas Pynchon

"Vineland" aborda la realización de una idea, la cultura underground californiana de los años setenta, y sigue sus orígenes, su ebriedad, su derrota y su macilenta y a veces oprobiosa supervivencia del gobierno de Nixon al de Reagan, como si rastreara no un recorrido sino las esquivas marcas del deseo en un sistema cerrado convencionalmente llamado Estados Unidos... Reliquias del hippismo, veteranos de Vietnan dados al chachullo, plantadores clandestinos de hierba, indiferentes leñadores, músicos de rock que tocan en bodas de la mafia, vestigios del underground y de la contestación estudiantil y de más lejanos ideales machucados (viejos sindicalistas, víctimas irredentas del maccartismo) circulan por bares chic y moteles, persistentes, al amparo de los bosques, evitando a inversores y especuladores, a turistas e industriales japoneses, y eludiendo la corrosiva actividad de las fuerzas de control... Todo esto es la recomposición escueta de algo que en la lectura aparece como un cristal pulverizado, con muchos añicos de menos y hasta algunos de más... "Vineland" narra la iniciación simultánea de una generación que tardó en crecer y la de sus hijos. Pero el aprendizaje es sinuoso... La última etapa del aprendizaje es la aceptación de la incertidumbre, de que más vale la huidiza provisoriedad de la metáfora que la divisoria claridad del sistema. Por eso "Vineland" no “concluye”; antes bien, se va desvaneciendo en un prolongado final donde casi todos los personajes deambulan entre unos llamados tanatoides (vestigios de los sesenta que son “como muertos, sólo que diferentes”)... Como si francamente Pynchon pensase la novela, no ya como poética de lo inacabado y ética de la inestabilidad, sino como lujosa evidencia de que el problema que trata la supera.
Marcelo Cohen, “La aspiradora y la llama”
(Publicado en La Vanguardia, Barcelona, 1992)

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