Mostrando entradas con la etiqueta Recomendados. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Recomendados. Mostrar todas las entradas

sábado, 9 de octubre de 2010

Recomendados

"Los culpables", Juan Villoro (Interzona, 2008)

Con Los culpables, Juan Villoro obtuvo el V Premio de Narrativa Antonin Artaud (México: 2007, otorgado en marzo de 2008). El cuento que da título al volumen es una magistral pieza breve, referida o anticipada en suplementos de diarios argentinos poco antes de la presentación de Villoro en la Feria del Libro. La cita de una máxima del decálogo de Horacio Quiroga en el ensayo sobre Monterroso (precisamente uno de los grandes narradores de la forma breve) también conviene a J. Villoro en este caso: “Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno”. “Los culpables” es el mejor ejemplo de una posibilidad: montar un “pequeño” universo en cuatro hojas a través de una escritura cuya dinámica equilibrada contrasta con la índole de lo narrado: tragicidad en lo trivial, dolor y sufrimiento risibles.
Otras máximas del decálogo parecen operar, además de la mencionada: “No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas”, “No escribas bajo el imperio de la emoción”. Las incluyo porque ayudan a comprender la modalidad constructiva de este relato en primera persona sobre dos hermanos (el que no cuenta “no es un psicópata”, pero “tampoco es normal”) lanzados a escribir un guión cinematográfico (a instancias del que no es normal) con dos máquinas de escribir (una fallada, la del que cuenta), enfrentados en una mesa de la vieja granja familiar puesta en venta. Lo de “pequeño” universo es pertinente; si el fundamento -dos hermanos, una granja- es reducido, la narración es de apertura, de líneas disparadas desde ese centro elemental a lo lejano por cuestiones, personajes, temas, siempre a través de concisas referencias. La experiencia de la permeabilidad en zona de frontera (literal y metafórica), la tragedia de los indocumentados que aspiran a cruzarla, el deseo de ser un guionista mexicano para exportación, el ansia de irse y el mandato del regreso, etc., son algunos ejemplos dispares...
Respecto del equilibrio, interesa el tono despojado de emoción, sostenido aunque se traten el dolor, el engaño, la traición; es una marca más o menos fuerte de todo el volumen cuya consonancia compositiva empieza por las primeras personas confesionales: “Me abrazó como si untarme su sudor fuera un bautizo”...
Villoro se define “de carácter disperso y curiosidades simultáneas”; sin dudas el trabajo de la escritura y la valoración del peso de las palabras le han permitido aprovechar las curiosidades y controlar la dispersión para armar estos cuidados artefactos (de ahí mi frase “manera sistemática” en el primer párrafo) donde los contrastes, aun las contradicciones se complementan y vuelven “creíble” la ficción, propician “aceptarla en tanto que tal” según planteara Juan José Saer, un punto de llegada valioso cuando de narrar se trata. Mónica Marinone
(BazarAmericano.com).

martes, 13 de julio de 2010

Recomendados

"Historia argentina", Rodrigo Fresán (reedición 2009)

EL APRENDIZ DE BRUJO. Sorprende, mientras se lee Historia argentina, la variedad y la potencia de los recursos que su autor pone en juego. Y no sólo su oído literario: también su cultura portentosa, tanto más portentosa si se tiene en cuenta que, cuando el libro se publicó, Fresán contaba veintisiete años. El mismo ha dicho en más de una ocasión, y es verdad, que este primer libro contiene el germen de todos los posteriores. La frase es casi un lugar común cuando se trata de los primeros libros de toda suerte de escritores, sobre todo si han hecho fortuna. Resulta difícil, por lo tanto, dar a entender hasta qué punto es realmente así en este caso. Hasta qué punto cabe afirmar que Rodrigo Fresán debuta como un escritor ya acuñado, resuelto. De tal forma que sus libros sucesivos –como él mismo no ha dejado de reconocer– parecen desarrollo natural de temas, obsesiones, maneras que ya están presentes en Historia argentina, y no sólo latentes.
EL ASALTO A LAS INSTITUCIONES. Desde su primer libro, Rodrigo Fresán se ha mostrado inconforme con la naturaleza capsular del cuento tradicional y, aun siendo un cuentista portentoso, ha elaborado estructuras, mallas narrativas en las que la relativa independencia de cada una de las piezas queda cuestionada, o si se prefiere “ablandada”, por la circulación, de una a otra, de motivos, de escenarios, de personajes recurrentes. Se produce de este modo una reverberación de su sentido que liga entre sí las distintas piezas y permite hablar de un ente articulado que, sin llegar a ser propiamente una novela, apunta a cierta afinidad con las formas más abiertas del género. Se ha hablado con este motivo de un género mutante, que vendría gozando de un creciente predicamento en los últimos años, si bien en el caso particular de Rodrigo Fresán conviene destacar dos cosas: la precocidad con que lo practicó, por un lado, y la tendencia que toda su obra muestra a cohesionarse conforme a un mismo principio de tránsito, infiltración, recurrencia, como si se tratase de un continuo narrativo cuyo germen sería precisamente Historia argentina. Conviene, también, recordar lo que el propio Fresán ha dicho acerca del género a que pertenece la Historia argentina (sin cursiva), construida, según él, “como una vertiginosa sucesión de cuentos y no como una novela”. Observa Fresán: “Si se piensa en la Historia argentina como una espasmódica sucesión de narraciones –Los mil y un crepúsculos, podría llamarse– apenas conectadas por un hilo común, entonces la Argentina como país cobra cierto sentido... De ahí que, a la hora de contar mi país, yo haya escogido el formato de novela-en-cuentos o cuentos-en-novela para Historia argentina. Recurso genético al que regresaría en Vidas de santos y en La velocidad de las cosas”. Y añade: “No es azar que las Grandes Novelas Argentinas (pienso en la rareza fundante del Facundo de Sarmiento, en Rayuela de Julio Cortázar; en Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal; en Respiración artificial de Ricardo Piglia; en El beso de la mujer araña de Manuel Puig, en Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato) no respeten nunca la estructura tradicional del monstruo y se atomicen en varias o en miles de piezas de puzzles. No es casual tampoco que El sueño de los héroes de Bioy Casares trate, en realidad, de la historia de una novela intentando recordar desesperadamente el cuento de lo que sucedió una noche”. Ignacio Echevarría (fragmento del prólogo / reedición 2009).
Bonus track: Nota de Fresán sobre Pynchon

miércoles, 23 de junio de 2010

Recomendados

“Pequeños reinos”, Steven Millhauser (1998)

Hay escritores semisecretos. Uno de ellos es Steven Millhauser, nacido en Nueva York aunque a primera vista su estilo a veces parece nítidamente europeo. Es lo que ocurre, por ejemplo, en “August Eschenburg”... En ese sentido otro relato largo, o novela corta, de Millhauser, “Pequeños reinos” (incluido en el libro del mismo título editado por el sello chileno Andrés Bello), basado en una tensión semejante, se inclinaba un poco más hacia el territorio estadounidense del relato, sin abdicar, más bien potenciando, su latido místico o metafísico. Lograba así estructurar algo que no es exagerado ubicar como uno de los grandes relatos de la narración estadounidense, rozando zonas antes tocadas sólo por obras como el“Bartleby” de Melville. Elvio E. Gandolfo (Revista Cuasar)

Como todo autor que rinde culto a la imaginación, Steven Millhauser resulta inquietante. Poco conocido entre los lectores de habla hispana, sólo se pudo acceder a su obra con la traducción (también publicada por Andrés Bello) de su novela “Martin Dressler” , ganadora del premio Pulitzer 1997. “Pequeños reinos” es un volumen compuesto por tres relatos que, a pesar de sus diferencias de estructuras y de épocas, tienen hilos conductores. Por un lado, el hecho de que sus protagonistas (generalmente artistas) escapen por momentos de la realidad para refugiarse en la imaginación, trastrocando la rutina y la vigilia por la intuición y los sueños. Por otro, el hábil manejo psicológico de personajes y relaciones humanas, que reflejan el lado generalmente oculto de nuestro sistema de pensamiento o los complejos mecanismos de la sexualidad humana (un latente incesto, un latente trío, una latente homosexualidad)… "Catálogo de la exposición: el arte de Edmund Moorash, 1810-1846", es el cuento más interesante del volumen. El análisis profundo que, de cada una de las obras expuestas por el ficticio pintor, realiza el compilador del catálogo, hace surgir el entorno del artista: su hermana Elizabeth (con quien mantiene una compleja relación), su amigo William Pinney y Sophia, la hermana de este último. El misterio de las relaciones entre estos personajes va elevándose hasta culminar en tragedia. La observación que hace Elizabeth para definir la pintura de su hermano ("Edmund quiere disolver las formas y reconstituirlas para liberar su energía. El arte como alquimia") puede muy bien extenderse a la obra de Millhauser. Este profesor de literatura inglesa del Skidmore College ha logrado la operación alquímica necesaria para transmutar estos "pequeños reinos" en grandes reinos. Agustina Roca (La Nación)

sábado, 12 de junio de 2010

Recomendados

“Vineland”, Thomas Pynchon

"Vineland" aborda la realización de una idea, la cultura underground californiana de los años setenta, y sigue sus orígenes, su ebriedad, su derrota y su macilenta y a veces oprobiosa supervivencia del gobierno de Nixon al de Reagan, como si rastreara no un recorrido sino las esquivas marcas del deseo en un sistema cerrado convencionalmente llamado Estados Unidos... Reliquias del hippismo, veteranos de Vietnan dados al chachullo, plantadores clandestinos de hierba, indiferentes leñadores, músicos de rock que tocan en bodas de la mafia, vestigios del underground y de la contestación estudiantil y de más lejanos ideales machucados (viejos sindicalistas, víctimas irredentas del maccartismo) circulan por bares chic y moteles, persistentes, al amparo de los bosques, evitando a inversores y especuladores, a turistas e industriales japoneses, y eludiendo la corrosiva actividad de las fuerzas de control... Todo esto es la recomposición escueta de algo que en la lectura aparece como un cristal pulverizado, con muchos añicos de menos y hasta algunos de más... "Vineland" narra la iniciación simultánea de una generación que tardó en crecer y la de sus hijos. Pero el aprendizaje es sinuoso... La última etapa del aprendizaje es la aceptación de la incertidumbre, de que más vale la huidiza provisoriedad de la metáfora que la divisoria claridad del sistema. Por eso "Vineland" no “concluye”; antes bien, se va desvaneciendo en un prolongado final donde casi todos los personajes deambulan entre unos llamados tanatoides (vestigios de los sesenta que son “como muertos, sólo que diferentes”)... Como si francamente Pynchon pensase la novela, no ya como poética de lo inacabado y ética de la inestabilidad, sino como lujosa evidencia de que el problema que trata la supera.
Marcelo Cohen, “La aspiradora y la llama”
(Publicado en La Vanguardia, Barcelona, 1992)

sábado, 5 de junio de 2010

Recomendados


“Crónica del pájaro que da cuerda al mundo”, Haruki Murakami.

Si la construcción de un estilo es la combinación de múltiples influencias que terminan dando como resultado una voz propia, Murakami ha sabido entretejer con endiablada habilidad su fascinación por Kafka, Lewis Carroll, Camus, Chandler y Pynchon (para citar sólo unas pocas de las influencias que resuenan en sus libros) con sus propias obsesiones... “Tenemos habitaciones en nuestro interior, no visitadas nunca u olvidadas. De tanto en tanto nos aventuramos por un pasaje que nos lleva a esas habitaciones. Y encontramos en ellas cosas que sabemos que nos pertenecen, pero es la primera vez que vemos”, declaró Murakami, luego de que Crónica del pájaro que da cuerda al mundo le permitiera alzarse con el codiciadísimo Premio Yomiuri (ganadores anteriores: Kawabata, Mishima, Kobo Abe y Kenzaburo Oé). No hay, para Murakami, metáfora de la mente más expresiva que un hotel; quizá por eso no hay libro suyo que no incluya escenas decisivas ambientadas en uno. Sepa el lector que se adentre en ese hotel infinito que ya estaba dentro antes de internarse en él y que no terminará de salir aunque sus pies se apoyen de nuevo en suelo conocido. Juan Forn (Página 12, 2001).