Cazadores
El camarógrafo se acerca al león
es encantador ver el entusiasmo por su toma
cada vez más cerca de su presa.
El poeta se acerca al poema
es encantador ver el entusiasmo por sus palabras
cada vez más cerca de su presa.
El camarógrafo sigue al león.
El poeta sigue al poema.
El león merodea y de reojo mira
a su presa.
El poema merodea y de reojo siente
el calor de su presa.
El camarógrafo se queda sin aliento
cuando el león avanza sobre él.
El poeta se queda sin aliento
cuando el poema entra en él.
El león salta sobre el camarógrafo.
El poema salta sobre el poeta.
El camarógrafo huye.
El poeta no.
Carlos Carbone (inédito)
Mostrando entradas con la etiqueta Invitados al ranchito. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Invitados al ranchito. Mostrar todas las entradas
martes, 17 de agosto de 2010
martes, 13 de julio de 2010
Invitados al ranchito
Una mujer
En la puerta del burdel, un hombre pregona la mercadería a los viandantes. Les ofrece una mujer muy blanca pero cubierta de lunares y otra dada a pulposas fantasías y otra de ojos como espadas y otra capaz de tocar tres instrumentos al unísono y otra que ruge como el rotor de un helicóptero desbocado y otra extranjera y otra que se olvida de su propio nombre en cada recodo de su sexo. Sin embargo, adentro hay solamente una mujer. Sin embargo, el hombre no miente.
Golem y rabino
Muchos cabalistas fueron capaces de crear un Golem, pero no todos lograron que su Golem les obedeciera. Se cuenta la historia de un Golem rebelde a quien cierto rabino modeló a su propia imagen y semejanza y que, aprovechando el notable parecido de sus rasgos, tomó el lugar de su Creador. Esta verídica historia es absolutamente desconocida porque nadie notó la diferencia, excepto la feliz esposa del rabino, que optó por no comentarlo.
Espectros
Si los fantasmas se esconden a tu paso con temblores de sábana, si los esqueletos vuelven a zambullirse de un salto en sus propias tumbas, no te jactes, amigo. Nunca te jactes de asustar a los espectros. Las muecas de terror con que se apartan de tu camino no son más que simulacros con los que pretenden hacerte creer que todavía estás vivo.
Secador de pelo
Digamos que estás con un secador de pelo. Digamos que el secador te ama. Digamos que pretende apoderarse de tu cuerpo por la persuasión o la violencia. Digamos que está soplando aire tibio sobre tu oreja izquierda, tal vez la más sensible. Digamos que podrías desenchufarlo a voluntad, si te lo propusieras. Después, callemos.
En la puerta del burdel, un hombre pregona la mercadería a los viandantes. Les ofrece una mujer muy blanca pero cubierta de lunares y otra dada a pulposas fantasías y otra de ojos como espadas y otra capaz de tocar tres instrumentos al unísono y otra que ruge como el rotor de un helicóptero desbocado y otra extranjera y otra que se olvida de su propio nombre en cada recodo de su sexo. Sin embargo, adentro hay solamente una mujer. Sin embargo, el hombre no miente.
Golem y rabino
Muchos cabalistas fueron capaces de crear un Golem, pero no todos lograron que su Golem les obedeciera. Se cuenta la historia de un Golem rebelde a quien cierto rabino modeló a su propia imagen y semejanza y que, aprovechando el notable parecido de sus rasgos, tomó el lugar de su Creador. Esta verídica historia es absolutamente desconocida porque nadie notó la diferencia, excepto la feliz esposa del rabino, que optó por no comentarlo.
Espectros
Si los fantasmas se esconden a tu paso con temblores de sábana, si los esqueletos vuelven a zambullirse de un salto en sus propias tumbas, no te jactes, amigo. Nunca te jactes de asustar a los espectros. Las muecas de terror con que se apartan de tu camino no son más que simulacros con los que pretenden hacerte creer que todavía estás vivo.
Secador de pelo
Digamos que estás con un secador de pelo. Digamos que el secador te ama. Digamos que pretende apoderarse de tu cuerpo por la persuasión o la violencia. Digamos que está soplando aire tibio sobre tu oreja izquierda, tal vez la más sensible. Digamos que podrías desenchufarlo a voluntad, si te lo propusieras. Después, callemos.
Ana María Shua (Casa de geishas, 1992)
miércoles, 23 de junio de 2010
Invitados al ranchito
El peluquero
Asentaba navajas en un listón de cuero,
porque era su trabajo arrancarle a los rostros sus animales muertos.
Hacía barba y bigote para el espejo atestado de gente.
Su navaja pulía aquella superficie,
rasuraba los rostros del espejo y haciendo su trabajo,
¿afeitaba al espejo?
Era más chico que un tarro de gomina Brancato mi abuelo,
pero una cabeza más alto que la muerte.
Invitaba al cliente sacudiendo una toalla
y el cliente ocupaba aquel sillón Dossetti de madera
y entraba en el espejo.
El estilista hablaba solamente con su tijera
y cuando ella por fin tenía la lengua despegada hacia un lado, él decía “servido”.
Mi abuelo maquillaba al espejo con estrellas de talco y usaba un pulcro traje blanco.
La muerte -que también es prolija- le envidiaba su colección de peines.
Un día la muerte, que hojeaba una revista deportiva, dijo: “me toca a mí”.
Y ocupó aquel sillón, despatarrada y con un remolino en la cabeza.
“Tiene un pelo difícil”, dijo sin voz mi abuelo.
Después, la muerte asentó su navaja y haciendo su trabajo, ¿rasuraba al espejo?
El peluquero se marchó bajo un cielo cualquiera con estrellas de talco.
El espejo se pasó la mano por la cara afeitada, suave, como un recién nacido.
Jorge Boccanera (Sordomuda, 1991)
Asentaba navajas en un listón de cuero,
porque era su trabajo arrancarle a los rostros sus animales muertos.
Hacía barba y bigote para el espejo atestado de gente.
Su navaja pulía aquella superficie,
rasuraba los rostros del espejo y haciendo su trabajo,
¿afeitaba al espejo?
Era más chico que un tarro de gomina Brancato mi abuelo,
pero una cabeza más alto que la muerte.
Invitaba al cliente sacudiendo una toalla
y el cliente ocupaba aquel sillón Dossetti de madera
y entraba en el espejo.
El estilista hablaba solamente con su tijera
y cuando ella por fin tenía la lengua despegada hacia un lado, él decía “servido”.
Mi abuelo maquillaba al espejo con estrellas de talco y usaba un pulcro traje blanco.
La muerte -que también es prolija- le envidiaba su colección de peines.
Un día la muerte, que hojeaba una revista deportiva, dijo: “me toca a mí”.
Y ocupó aquel sillón, despatarrada y con un remolino en la cabeza.
“Tiene un pelo difícil”, dijo sin voz mi abuelo.
Después, la muerte asentó su navaja y haciendo su trabajo, ¿rasuraba al espejo?
El peluquero se marchó bajo un cielo cualquiera con estrellas de talco.
El espejo se pasó la mano por la cara afeitada, suave, como un recién nacido.
Jorge Boccanera (Sordomuda, 1991)
sábado, 12 de junio de 2010
Invitados al ranchito
Joe, el cazador
A Germán
Ahí afuera queda el bosque
están los senderos
y las presas.
Pero el cazador ha muerto.
Contra la pared
descansa la escopeta
y sobre la mesa
un puñado de balas bendecidas.
Alguien decidió
que Joe no se despierte esta mañana
que tenga un final sin sobresaltos.
Que se deshaga en la cama
como un sueño modesto
sin transpirar en la maleza
o descubriendo
un nuevo atajo en el cañaveral.
El cazador ha muerto
pero sus trampas están en todo el bosque.
Cuando cerró los ojos
creyó que nada más iba a dormir.
Después saldría junto al sol
con su abrigo
y su escopeta
sólo que la temporada de caza terminó
en algún momento de la noche.
Ahí afuera queda la llovizna
el manantial
las piedras
pero el cazador murió
al principio de esta historia.
Ahí afuera
en el bosque
hay quince ciervos blancos
escondiéndose de un muerto.
Luis Lhooner (El Club de los Mexicanos, 2005)
viernes, 4 de junio de 2010
Invitados al ranchito
Sin llaves y a oscuras
Era uno de esos días en que todo sale bien.
Había limpiado la casa y escrito
dos o tres poemas que me gustaban.
No pedía más.
Entonces salí al pasillo para tirar la basura
y detrás de mí, por una correntada,
la puerta se cerró.
Quedé sin llaves y a oscuras
sintiendo las voces de mis vecinos
a través de sus puertas.
Es transitorio, me dije;
pero así también podría ser la muerte:
un pasillo oscuro,
una puerta cerrada con la llave adentro
la basura en la mano.
Fabián Casas (El salmón,1996)
Era uno de esos días en que todo sale bien.
Había limpiado la casa y escrito
dos o tres poemas que me gustaban.
No pedía más.
Entonces salí al pasillo para tirar la basura
y detrás de mí, por una correntada,
la puerta se cerró.
Quedé sin llaves y a oscuras
sintiendo las voces de mis vecinos
a través de sus puertas.
Es transitorio, me dije;
pero así también podría ser la muerte:
un pasillo oscuro,
una puerta cerrada con la llave adentro
la basura en la mano.
Fabián Casas (El salmón,1996)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)